Mentira verdadera: "Errar es humano"
No te equivocarás. Un mandamiento. Cuatro años me los pasé redimiendo la omisión de otros, el desatino del resto. Ellos, los que sí pueden fallar. Ellos, los pecadores que hacen de sus imperfecciones una chance para quererlos más. Yo fui un exterminador de erratas, la última palabra, la voz cantante en una editorial que vivía (y vive) concibiendo textos médicos y revistas farmacéuticas. Todo lo que nunca pensé leer y leo. Evitar resbalones gramáticos, la palabra que encaje sin forzar. Esdrújulas, sobreesdrújulas. Yo sólo quería pecar, quería hacer de mis desconocimientos una razón para recibir. Quería (quiero) ser inexacto.
Incursioné en las correcciones de estilo de manera fortuita. Un papel recortado con un teléfono que me entregó un profesor de la UNMSM me condujo al lapicero rojo — de preferencia fine pen—, a los signos, a las altas y bajas, a las negritas y blancas, a las cursivas y redondas; a ser la última firma sin licencia para correr riesgos. Para eso está, y estará, el corrector, él sabe, él es un letrado. Eso es lo que se me hacía insufrible. Detestaba ser el banco de datos, vivir a costa de mi razonamiento verbal.
Se me antojaba ser como el oficinista que se defiende con su Excel, funciona sólo de 9 a 6 y almuerza después de recoger su tapper del microondas. Anhelo el desparpajo de aquel contador que pregunta si es “con b grande o v chica” o de las delicadas y coloridas asistentes full computación, todas con afán de superarse y sintonizadas con su radio “A”. Lindas y regias, tan atentas. Ahora los recuerdo como compañeros fascinantes, comunicados a través de correos electrónicos llenos de insultos al idioma, pero que se hacían humanos en su mar de equivocaciones.
Yo era el aburrido. No podía escuchar radio “A” y debía decir ‘b’ labial o uve. Me aturdía ser correcto. Me encontré en algunas crisis al escuchar hablar de la Real Academia Española, de sus reglas últimas, de sus intolerancias e innovaciones. Un amigo cronista que hoy vive en Barcelona me dijo que en algún momento de mi vejez las correcciones terminarían siendo mi trabajo alimenticio. Siempre existirá un texto erróneo, aquí en el Perú donde el buen castellano es una gran ilusión. A pesar de ello, sigo pensando que los errores tienen un encanto. Poseen una calidad de inesperados y además son producto, en muchos casos, de estados de ánimo o derivan de una situación incierta. Esa mala digitación por los nervios, por el apuro o esa omisión visual por estar pensando en el billete que te falta o por las ganas de llamarla (porque te falta valor). Esa posibilidad de sonrojarse por desconocer es algo que nunca tuve por dedicarme a esto, a limpiar el discurso sucio, a iluminar la oscuridad textual.
Quien labora con las correcciones tiene que adiestrarse a diario, siempre una palabra nueva, memorizada, prohibido preguntar. El hecho de consultar el diccionario de la RAE ya es un signo de debilidad. Yo lidiaba con el tiempo, con el estado de mi vista, con la mirada avizora de ellos, los que sí podían equivocarse y que, aunque no lo decían, esperaban que yo también me equivoque.
Por eso prefiero escribir estos errores honestos en lugar de corregir a los demás. Relatos como éste pueden despertar réplicas, observaciones y señales con fine pen. De esta manera puedo crear y jugar libre como el oso de Daniel F. La errata merece ser evitada pero no es fruto prohibido. A nadie se le debe sentenciar a muerte por un desliz que por alguna razón rima con feliz.
Hoy tengo la debilidad por mandar correos electrónicos con todas las letras en bajas, o abrevio palabras cuando me comunico por el chat. Eso sí, debo reconocer que quiero reencontrarme con esas chicas uniformadas que se presentaban frente a mi escritorio para hacerme sus consultas acompañadas de esas zonas coquetas pobladas con purita fantasía, el traje carmín, el olor a You y el ineludible programa radial “Secretarias Románticas S.A.”.
La candidez de sus textos me hacían sentir que era el protector que evitaba un “quiero dirijirme a usted” o un “le agradesco la atención”. Eso es lo que más extraño, a aquellas debilidades uniformadas que marcan tarjeta de 9 a 6 y sus epístolas que aún alucino devolverlas con una invitación provocadora y sin tildes con mi fine pen rojo. Cuatro años después sólo me queda evocarlas con alguna balada de “la radio del amor” y resignarme, apenado y con algo de vergüenza, a no saber más de esa gentita que duele por su ausencia en los bares rústicos de Barranco y del Centro de Lima, donde los que “destrozan” en las letras se encuentran.
Pobre secretaria de Daniela Romo (va para el ránking brutal de lo más freak)
Etiquetas: Incómodas
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6 comentarios:
herrar es umano i todos nos podemos hekibokar
saludos desde Reus Catalunya
Que risa ese video, mejor agrega el video de Daniela Romo bailando "Todo, todo".....más freak que eso no hay
Gran post... y el video, un clásico. Pedro me has hecho recordar a la Daniela Romo de mi adolescencia... ¿Cómo estará ahora, no?
Gran post... y el video, un clásico!! Pedro con eso he recordado a la Daniela Romo de mi adolescencia- ¿Cómo estará ahora, no?
deja vu
...
(BRAVAZO)
Luciana
Mi buen amigo Pedriño, es cierto, uno tiene temor y verguenza al "preguntar" o que sepan que te has equivocado, pero uno no tiene que sentir verguenza de querer aprender o alimentarse de conocimiento. No tiene nada de malo consultar ante una crisis existencial a nuestro fiel diccionario, pero para otros, en tu caso, debe de ser menos frecuente ya que todos pueden recurrir a ti para estas dudas, viéndote como un diccionario andante. Pero como tu dices, es humano, nadie nace sabiendo, cada día se aprenden cosas nuevas. Rocío G. T.
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