(Nota del blogger: Silencio en la sala, hoy (30 de octubre) Diego Armando Maradona cumple 47 años. Me parece pertinente reproducir esta crónica que publiqué en mayo del año pasado en la revista El Gráfico-Perú, cuando el Pelusa vino a Lima para jugar una pichanga y un redactor se disfrazó de fotógrafo para correr la cancha junto a él)
(Ese marciano que está detrás de los policías, casi imperceptible, soy yo)
Un periodista esperó en el aeropuerto, hizo guardia en el hotel y aceptó tomar fotos a ras de campo con la intención de no perderle la marcación a Diego Armando Maradona en Lima. ¿Llegó a hablar con él? La única manera de saberlo es leyendo esta agitada crónica de pasos incesantes
El “Rey de las Pataditas” acaba de sentarse en la banca de suplentes del Estadio Nacional de Lima. Está solo, viste una camiseta que combina los colores de la selección peruana con la argentina. Un viejo amigo lo saluda y le pregunta por qué se echa crema en el tobillo. “Me golpeé el otro día, pero tenía que venir hoy. Es Maradona, tío”, le responde el esmirriado talento del balón que siempre es convocado para distraer al público limeño en cada entretiempo de partido importante. El “Rey de las Pataditas”, hombre anónimo que respira con cada ovación a sus piruetas, tendrá que esperar sin quejarse del dolor, como otros tantos. Acompañar a Diego Armando Maradona en un país que no sea Argentina (o Cuba) fulmina resistencias y cobra por adelantado al impaciente. Mejor es que no lo esperes. Confórmate con verlo (y date por bien servido).
Diego Armando Maradona, mientras todos lo esperan, juega y hace bromas en el camerino con quienes lo acompañarán esta noche. El “Rey de las Pataditas” tiene fe y eso es suficiente impulso para que les pida a todos los fotógrafos una imagen con el “10” argentino. “Es currículum, socio”, les dice. Y se queda sentado en el banco hasta que unos agentes de seguridad, todos calvos y con cara de haber matado a alguien, le piden que se vaya a la perrera, una suerte de tribuna alterna ubicada a unos metros de la cancha. Maradona no vino a encontrarse con nadie. Sólo quería divertirse un poco (y ganar bastante).
Cuando se anunció la llegada del mejor jugador del mundo de todos los tiempos (perdonen la certeza), los medios se cansaron en gestiones para conseguir su cuarto de hora con el “Pelusa”. Nada. A estas alturas del partido, el astro albiceleste sabe que no tendrá otro repechaje con tiempo suplementario. Quiere aprovechar el momento. Cobrar miles de dólares por entrevista es parte de la estrategia de supervivencia. Descartada cualquier exclusiva. Había que usar el overol y esperar que llegue “el día de mi suerte”.
MANOS ABIERTAS
El aeropuerto internacional de Lima se convierte en el barrio más marginal y desmedido cada vez que llega una estrella del deporte o de la música. Se hacen llamar fanáticos pero son una banda con un plan de ataque. Son ladronzuelos de poca monta que esperan el tumulto para extraer los bienes más cotizados. Y sus presas más cantadas son los periodistas, sobre todo los reporteros gráficos. Los robos son tan anunciados como la llegada de cada vuelo.
Así, con el peligro de perder lo de uno, se hizo desesperada la espera. El arribo estaba confirmado para la medianoche y ya casi daban la una. Diego Armando Maradona y el resto de argentinos habían bajado del avión pero era vital para los organizadores del evento hacerlo inalcanzable. Salió por una puerta alterna con ropas negras. Una camioneta gris de lunas polarizadas lo esperaba para llevarlo al hotel Sheraton. Correr con cuidado, correr mirando a los cuatro costados. Acercarse al personaje sin pecar de distraído. Cuando el vehículo empezó a caminar aún seguían algunos hinchas estampados en las lunas delanteras. Marcar a Maradona tienta el lado ilegal. Por eso Luis Reyna se olvidó de jugar al fútbol. Sin que éste sea su pecado mortal. Fue su necesidad.
En el hotel todo estaba listo para festejarlo. Los trabajadores en pleno lo saludaron y la gerencia dispuso que el restaurante sea cerrado en horas de la madrugada para la comitiva maradoniana. A eso de las dos y tres de la mañana, la delegación albiceleste acabó con su apetito. Después hubo un cierrapuertas. Se fueron de joda (de juerga) hasta casi las seis de la mañana. A Maradona sólo le quedaba dormir mientras algunos periodistas y paparazzis rodeaban ese piso 19 del Sheraton. Durmió tranquilo porque cerca del ascensor y las escaleras estaban esos macizos hombres de cabeza deshabitada. Los osos con chaleco que hacían la guardia, los grandotes acostumbrados a impedir.
Afuera del hotel, al día siguiente de la llegada de Diego, el pueblo se sumó. La idea es verlo y el resto sólo será anécdota. Al mediodía se detiene un bus crema, es Nito Mestre, ese flaco afinado que fue amigo y cómplice de Charly García en el inmejorable Sui Generis. El trovador no veía a Maradona desde el 2004 y quería reencuentro. Lo esperó y esperó. El “Pibe” le dio bola. Un par de horas más tarde llegó ese ingrediente estrafalario que es símbolo nacional peruano. Con una cruz dorada se acerca a la puerta un individuo con la cabellera blanca y larga, dice que se llama “El Chamán del Norte” y que quiere darle buenas vibras al astro que estaba privado en su cuarto. Dice también que a Maradona lo cuida el ángel Gabriel y que éste ha revivido, por eso ahora le irá bien, no se volverá a caer. “Soy experto en la ciencia de los ángeles”, pronuncia robando cámara. Está loco.
LOS PERIODISTAS NO SON ENANOS
Descartada la entrevista, restringido el cerco alrededor de él, la única opción para hacerle alguna pregunta se encerraba en un cuarto salido del mundo de Liliput. El techo demasiado bajo, el espacio como obstáculo letal, más inalcanzable aún el “Diez”. ¿Diego Armando Maradona está convencido de ser monumento construido sólo para adorar? ¿O el resto de mortales lo ha convertido en ese becerro de oro que se mira pero no se toca? No sólo los reporteros gráficos y camarógrafos de TV peleaban por un ángulo. También los redactores, libreta en mano y el fanatismo a punto de perderse con un grito al “Diez”, se instalaron de pie en sillas cercanas a la mesa central. No había otra.
Diego salió con un polo verde fosforescente, una prenda resaltadora que ayudaba a buscarlo en medio de tanto tumulto. Levantó la mano de “Dios”, se detuvo para algunas tomas y habló con desparpajo, como si estuviera dominándola con el hombro en un estadio italiano repleto, todos odiándolo por ser argentino, por ser ajeno. “¿Quieren que hable de Reyna? Bueno, sí me acuerdo de él, aunque ése nunca jugó a nada”, dijo Maradona refiriéndose a Luis Reyna, ese ex jugador peruano que en 1985 usó algunas tretas para no dejarlo jugar. Los organizadores miraban el reloj. No hay que exponer mucho al idolatrado porque puede bajar a tierra. “Brasil es el favorito para Alemania 2006. No nos hagamos estúpidos. Tienen a Ronaldinho, Ronaldo, Robinho, Kaká y a Emerson, aunque a veces ese se come un caño. Podrían jugar sin Dida”, bromea el ex campeón mundial rodeado de seis bellas mujeres a quienes les besó la mano de ida y vuelta.
Diego Armando Maradona versión Tour-Lima 2006, es un hombre cuarentón que podría ser el hermano mayor de ese veinteañero que levantó la Copa FIFA en México. Es como si ese obeso y desgastado varón hubiera recuperado el molde para parecerse a sí mismo. Aunque puede ser sólo eso. Es cierto que ahora el genio aprovecha mejor su imagen, cobra millones por conducir programas de televisión y que está viajando por el mundo jugando fútbol. Se está divirtiendo y la pelota no se mancha. Pero quienes más lo quieren (los que en cada papelito en la cancha dejaron un latido) se preocupan por él cuando lo ven rodeado por la noche. “Dios” aún no encuentra la fórmula para el milagro de la invulnerabilidad. La tentación está.
UNA FOTO CONMIGO
Una mirada de dos segundos en el aeropuerto, un seguimiento atolondrado en la conferencia de prensa más desorganizada que se recuerde. Para ser digno de “Dios” hay que transfigurarse. Y el redactor (que soy yo), ya un poco agotado, aceptó el chaleco azul y el teleobjetivo. Se plantó al centro de la cancha, encendió la cámara y sólo enfocó al centro del campo. Diego salía junto a sus amigos y otros desconocidos. ¿Hubo diálogo? Sólo un grito del periodista con chaleco. “Dieeeeeegooooo”, y el más grande voltea a su izquierda. Y así se tomó el primer plano al más grande, al mejor. Fue el único intercambio. Lo que se jugó después fue sólo una anécdota. No existe..
Detrás de uno de los arcos, al culminar el primer tiempo del partido de exhibición, el redactor-fotógrafo selecciona los mejores retratos para mandarlos por correo electrónico. A su lado está sentado el “Rey de las Pataditas”, quien acaba de ofrecer su talento a pesar que todavía le duele. Se está cambiando los chimpunes porque ajustan un poco. Vista de cerca, su camiseta tiene muchas inscripciones, una foto de Maradona, un número “10” en la espalda. El periodista y otros más recordaron que Diego Armando Maradona es de la gente, de los que menos tienen, de los de abajo. El “Rey de las Pataditas” mantenía su fe pero no podía driblear el miedo. ¿Y si Diego me bota?
Para que un milagro sea concedido uno debe cerrar los ojos y escuchar. La voz era enérgica pero solidaria. Un hombre caído del cielo, alto y calvo, lo invitó al campo de juego. “Apúrate, entra de una vez”. Desapareció el dolor. Maradona se había librado de los lentes y chalecos y se disponía a jugar. El “Rey de los Pataditas” lo saluda y el “Diez” lo abraza. Se toman fotos con los brazos levantados. Y el Diego sorprendido ve cómo su fanático peruano se aleja dando pataditas y dominándola con la cabeza. Dominándola como tú, Diegote. Dios se apropió del asombro para reinventarlo en medio de una lluvia de afectos.
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Para siempre (Los Ratones Paranoicos)
Etiquetas: Deportivas
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2 comentarios:
run Pedro ruuuuuuun!!!
Escribes bien, pero mucho verso hermano... deja de comer mermelada...
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