- Honestidad Brutal: 1/11/07 - 1/12/07

Cortos 2



Mentira verdadera: "No me gustan las despedidas"

Muchas veces le habían dicho que su discurso viajaba en tiempo pasado pero ella persistía en dirigirse en reversa. Por eso decidió llamarlo antes de que tome el taxi hacia el aeropuerto.
"¿Me vas a traer muchos recuerdos de tu viaje?", le preguntó.
"No me gustan los recuerdos, prefiero los presentes", la salvó.


"Buena suerte y hasta luego" de Andrés Calamaro

Cortos


Mentira verdadera: "La intención es lo que cuenta"

Ella le preguntó si valía mandarle un mensaje de texto. Él le respondió que la ausencia nunca cuenta: es un cero que no suma pero que se multiplica.


"El espejismo de los sentenciados" de Daniel F

El fin de los medios




Mentira verdadera: "Nosotros siempre decimos la verdad"


No veo más televisión. Me he curado. En el cable solo me detengo en algunas series o buenas películas, pero sin exceso. Muy poco, casi nada. ¿Por qué mi alejamiento? Diría que por flojera y porque no me gustan las rutinas. Ver una serie te obliga también a seguirla, a estar pendiente, correr desde donde estés para ver las nuevas temporadas. Ya lo hice con Seinfeld, con Friends y con, por supuesto, The Wonder Years. No más.
Pero la razón principal de mi alejamiento es la señal abierta. Sin ideas, sin razones, sin innovación, miniseries oportunistas, travestis al mediodía, programas cómicos con escenografía de burdel y, sobre todo, programas periodísticos donde la investigación es un fruto prohibido. Pobre de ti si cuestionas, pobre de ti si sales de la agenda.
Ese es mi principal reproche, en los años noventa, cuando Montesinos y Fujimori ya tenían su lista de invitados aún existían periodistas que investigaban y sorprendían. Se ganaban el rating con puros hallazgos y cuestionamientos. Daba ganas de ser como ellos. Bruno de Olazábal, Rossana Cueva, Beto Ortiz, etc. Una buena generación que se dispersó el día que Nicolás Lúcar le vendió su alma al diablo.
Hoy, Bruno ya no está, Rossana está detrás de cámaras, y Beto se niega a volver a su mejor versión. Hoy Lúcar prefiere hacer reportajes a personas y cuando puede se pelea con Brad Pizza. Hoy, Cuarto Poder lo intenta pero el correcto Tola es estorbado por una inoportuna Sol Carreño, que aún me hace recordar a los años más negros del América TV de los Crousillat. Hoy, La Ventana Indiscreta cierra su cortina cuando Baruch les pide no investigar a Chicho Mohme. Hoy, Rosa María Palacios entrevista chévere pero no produce reportajes reveladores.
Hoy señores, somos testigos del más triste espectáculo de banalización informativa. Se llama Panorama, empieza a las ocho y termina a las diez de la noche. Todos los domingos. Lo conduce Jessica Tapia y lo dirige Álamo Pérez Luna, el mismo reportero que era monitoreado por Montesinos cuando entrevistaba a un terrorista arrepentido. El mismo que hoy exhibe sus cualidades como el más feroz especialista en distracción que pulula en los medios. Así es. Cuando muchos nos preguntamos, qué pasa con el gabinete con tantas interpelaciones, o si es verdad que Alan García tiene pactos con el fujimorismo. Cuando queremos descubrir algún vladivideo del aprismo, allí aparece Alamo, con su entonación a lo Lúcar (no se lo pierda), con la seguridad de ser el buen reportero que nunca fue y con sus treinta de minutos de pseudorreportajes hechos gracias a la tecnología de Google y You Tube.
¿Qué fue de la vida de los Menudo? ¿Qué canciones pasaban en los sesenta, setenta u ochenta? ¿Qué dibujo animado veías en tu niñez? ¿Le interesa? Pues vea el bodrio de Panamericana TV. Y digo bodrio, porque nada me parece más impresentable que desinformar a un país donde el conocimiento aún es un bien esquivo.
¿Quién tiene la culpa? Genaro Delgado, la Tapia, Álamo, sus reporteros que, por sus voces en off, revelan que jalaron el curso de redacción periodística, y claro, sus televidentes. Me reprocha mi amigo Fernando, “si existe Álamo, es porque hay gente que lo ve”. Es cierto, pero tampoco es justo. ¿Qué debemos hacer con el drogadicto? ¿Seguirlo drogando acaso? No pues, hay que curar. Y mi pequeña dosis para los que están enfermos y prenden canal 5 en sus noches dominicales, es decirles que esos informes de Google y You Tube son intencionales. Que quieren distraernos, que hay intereses políticos y financieros para que usted y yo estemos desinformados.
Que cuando Álamo Pérez Luna, Jessica Tapia y Genaro se reúnen para ver el ráting, se ríen de usted. Porque los vio, porque prendió el televisor. Porque hay millones de peruanos que aún no se dan cuenta.

Un pseudorreportaje de Álamo Pérez Luna en Panorama, un estandarte del “neollevafacilismo” en la TV peruana

Me das vergüenza




(Como algunos de ustedes deben saber, estuve la semana pasada por Quito, viviendo el humillante 5-1 de Ecuador a Perú. Sobre mi estadía en la mitad del mundo alisto más de un post. De momento, y a pedido de unos amigos, reproduzco mi comentario del partido publicado en Deporte Total de El Comercio)

Perú perdió por 5-1 con Ecuador, que hace ocho partidos no podía ganar un encuentro oficial. Hace treinta años no podemos superar a la selección ecuatoriana en eliminatorias mundialistas

Me ruborizo al solo imaginarme esa concentración peruana una hora antes de partir a Quito. Quiero recrear esa escena, mirar a los jugadores exigiendo ocho mil dólares, cada uno, por empatarle a Brasil en Lima. Los premios para ellos eran lo primero, eran lo urgente. En la capital ecuatoriana los esperaban para las nueve de la noche y llegaron a las diez y veinte. Demoraron porque no se ponían de acuerdo, porque unos cuantos miles dólares desestabilizaron por completo a un equipo que nunca salió a la cancha del estadio Olímpico Atahualpa de Quito.
Cinco goles nunca serán una coincidencia, tienen una explicación. Al margen de que Chemo del Solar diga que no entiende por qué sus muchachos nunca se conectaron con el partido. Hay razones. Un plantel desconcentrado por pelear por sus cuentas de ahorros antes de comprometerse con un proceso y la confirmación de que el Perú solo tiene cinco o seis jugadores con nivel para jugar una eliminatoria. De esos, ayer no jugaron cuatro (Solano, Vargas, Guerrero y Rodríguez).
El resto solo son jugadores de nivel modesto que convirtieron a Walter Ayoví en Kaká y a Edison Méndez en Ronaldinho. Nunca los pararon, por izquierda Gómez y Solís abrieron las puertas y se mostraron más nerviosos que un postulante en examen admisión de la UNI. En su sector nadie quiso cobrar peaje. Gratis y con la garantía de llegar rápido a la meta.
En la mitad del mundo, el estadio no se llenó porque once goles en contra en solo tres partidos y ocho partidos oficiales consecutivos con derrota aniquilaron la fe de un país que ayer fue bendecido con la llegada de un equipo que, da la impresión, de no quererse.

MERECEN UN QUINTO

El primer gol, ese tiro libre atinado de Walter Ayoví, podría ser interpretado como un arranque de talento, como un hecho fortuito. Que la selección peruana se pudo acomodar después de eso. No, era imposible. Walter Vílchez había salido a los diez minutos por una lesión en el tobillo y fue reemplazado por un Carlos Solís que no tiene la culpa de haber sido convocado. Increíble que haya sido tomado en cuenta cuando quedó claro que más zaguero que él era un poste de alumbrado o un inofensivo porfiado.
Después se consumó el desorden y la improvisación, Perú por ratos formaba una línea evidente aprovechada en el gol de Kaviedes. A diferencia del encuentro con Brasil, esta vez los laterales no cubrieron ni se acercaron en velocidad a sus rivales. Sobre todo Gómez, que en el tercero (Méndez) y cuarto de los norteños (otra vez un imparable Ayoví) fue junto a Solís mucho más que un simple presunto implicado.
El quinto solo sirvió para abrir la herida y comience la hemorragia interna. Penny, golpeado en el orgullo, dejó que un tiro-centro de Méndez ingrese pidiendo permiso. Eso era todo, solo faltaba Andrés Mendoza para anotar el gol que hace tres años no pudo hacer.

NO LLORES, CHORRI
Roberto Palacios, el buen 'Chorri", conmovió con su berrinche de niño rebelde. Saltaba, agitaba las manos, quería despertar a los mismos que esperaban ocho mil dólares por empatar en Quito y que ayer entraron al campo goleados, dispuestos a recibir los cinco goles y cumplir lo que estaba escrito. Eran las cinco y media de la tarde, y se encendieron las torres de luz del Olímpico Atahualpa. Aquella fue la mejor señal de que se venía la noche para Perú.
Chemo por minutos se quedaba mudo, estremecido por la displicencia y la falta de técnica de los que jugaron ayer. Era demasiada indignación, y algunos intercambiaron camisetas (Mendoza, Farfán, Mostto y algunos más). Fue tan pobre lo ofrecido que ahora solo nos queda agradecer que exista Bolivia. Duele decirlo, pero como se sintió en las tribunas del estadio quiteño, somos el equipo contra el cual todos quieren jugar.
En el sector de prensa del estadio Atahualpa, con los asientos mojados por una garúa a minutos del encuentro, con los periodistas ecuatorianos que pasaron de escépticos a emocionados en exceso. Con siete mil kilómetros de distancia, dos horas de vuelo, y dos días en la capital ecuatoriana solo puedo añadir que siento vergüenza. Me da vergüenza porque Ecuador estaba desahuciado, porque sus periodistas les pegaron en todos los previos.
Me da vergüenza porque cuando bajé del avión los colegas me preguntaron si Perú con sus "europeos" venía a matar a su equipo. Debí responderles que se queden tranquilos, que contra Perú, como lo hizo Colombia en el 2004, los que están muertos vuelven a vivir. Debí decirles que a los seleccionados de mi país les importa más pelear por los miles de dólares de un premio antes que defender la camiseta. Al final del partido me encontré a los mismos colegas en la salida del estadio. Volvieron a preguntarme. "Me da vergüenza", respondí.

Noxis



Mentira verdadera: "Nos vemos en el lugar de siempre"

Soy el verso olvidado por tantas repeticiones,
la última oportunidad del desencuentro.
Las horas vacías que prefieren callarse,
las guerras que perdiste por walk over.
Soy el que escondió el aviso de “no tocar”,
el bolero que no quisiste bailar conmigo.
Los rincones inundados por lluvias propicias,
el tropezón tan oportuno, tan perfecto.
Soy la palabra después de la coma, sin punto final,
la obstinación inundada en brindis impronunciables.
Soy el 99465274 que no esperaste y que esperabas tanto,
el argumento reencarnado en súplicas perplejas.
Los lentes equivocados de medida desmedida,
Soy la moneda sin cara ni sello,
la misma moneda que cae dos veces.
Soy la duda.

(Noviembre del 2005)

Canciones que caminan por la calle melancolía

The Blower's Daughter de Damien Rice (ya hablé de ella en otro post)


Qué nos va a pasar de La Buena Vida (se agradece por el hallazgo, Alicia Bisso)


Canción para mañana de Los Bunkers (gracias Nogi)

Avisos parroquiales


Mentira verdadera: “Este blog es personal”

Conversando con un amigo y colega blogger, lo llamaremos F, entendí que Honestidad Brutal estaba comenzando a convertirse en Honestidad Formal. Es decir, demasiado “buena” para ser verdad. Las cosas como son, me estaba cuidando mucho antes de postear para culminar artículos correctos y algo largos, que podían ser de interés pero que postergaban a esos impulsos textuales que desde hoy también tendrán lugar en este sitio. Han pasado cerca de tres meses y cinco mil lectores desde que nació Honestidad y creo que el blog debe renacer hasta hacerse a imagen y semejanza de su nombre.
A los que acompañaron y siguen hasta hoy: gracias totales. A los que estuvieron de paso y esperaron más, algo nuevo tendrán. A los que esperan honestidad brutal les digo que cada quince días tendrán mi lista de definiciones sobre este tema y que, en aras de la espontaneidad también brutal, habrá menos elaboración y más producción. Estarán los textos largos que han dominado el blog las últimas semanas, pero también estarán esas frases felices que a veces lees, que a veces sueñas y que en otras tantas se aparecen en tu libreta de apuntes. Habrán canciones, videos, trailers, más crítica de cine, menos teoría y más práctica.
Comencemos diciendo que Honestidad Brutal es confesar que esta noche quise recordar y encontré algunos textos que, por supuesto, me darán el permiso de publicar. Tristes, inoportunos, pero que siguen vigentes a pesar de las ausencias.
Si no están de acuerdo con el cambio me avisan eh.

Nota desde la redacción:
La próxima semana quiero celebrar con ustedes la salida de La lengua popular, nuevo y genial disco de Andrés Calamaro, el hacedor, más honesto e insano que nunca, pero incorregible como antes. ¿La mejor canción del disco? Para mí es esta, se llama Soy tuyo. Véanla, escúchenla, dedíquenla pero nunca la regalen.

Por W.O. en el cine



(EL FÚTBOL AUSENTE, SIN PROYECCIÓN ALGUNA)

Mentira verdadera: "Esa película fue un golazo"

La tarde del 9 de julio del 2006, cuando acabó el Mundial de Alemania después del penal del italiano Fabio Grosso, supe que sin fútbol sólo me quedan las películas. Con Fox Sports y ESPN sin buena programación, prefiero buscar esos estrenos que se agradecen y que, por suerte, no se hacen esperar cuatro años. Soy un fanático de estadio y siento lo mismo en una sala de proyección. Mis aficiones encontradas. ¿Complementos? No lo sé, pero en estos mundos paralelos de gambetas y encuadres noto una tremenda injusticia. Un desbalance creativo. El fútbol no es al cine ni viceversa. Casi todos los directores que buscaron hacer buenos planos de esta pasión se quedaron con el balón detenido en el mediocampo. Nadie los recuerda porque jugaron al pelotazo.
Los intentos por representar al fútbol en el cine son fallidos, en el mejor de los casos han sido solo un tiro al palo. Esta carencia de material en la ficción sólo puede terminar con una avalancha de colecciones (en DVD, y en supermercados) para ver las mejores jugadas de todos los tiempos. Es lo único bueno para proyectar. ¿Cómo es posible que todo ese desborde popular provocado por el balompié no haya sido aún bien enfocado? El fútbol pertenece a un furor de la realidad y sólo de ella. Buscar un delirio colectivo filmando jugadas épicas como lo hizo Danny Cannon en Goal (Inglaterra 2006) es tratar de excitar con lo previsible.
Si a esa realidad tan desatada en un estadio le sumas una dosis de ficción tonta como en Escape a la Victoria, donde Pelé libera a los presos con un gol de chalaca, será imposible ganar y llevarte los tres puntos. ¿Es posible gritar un gol así? Desatinos como estos seguirán naciendo y siempre habrán megaestrellas como Edson Arantes do Nascimento que estén prestas para sumar dólares sin saber nada de buen cine.

PLAY DE HORROR

Fernando Vivas escribió el año pasado en El Comercio que el fútbol pierde ante el boxeo en el cine. Y por goleada. Digamos un 6-0 tipo Argentina-Perú, sin Videla, sin Morales Bermúdez. Mientras le daba vueltas a esa idea no sólo recordaba el autocastigo fascinante de Jake La Motta en Toro Salvaje o al más sombrío Clint Eastwood en Million Dollar Baby. También pensé en el niño que fui y que se intimidaba con ver el rostro magullado, cayéndose a pedazos de Silvester Stallone en Rocky I. Sólo comparable al Hombre Elefante. Eso era. He allí la toma que falta. Una imagen, o una serie de momentos que retornan al encenderse las luces de ese ring filmado. El fútbol pierde aquí por Walk Over. Nunca se presentó.
Si me preguntan de una escena futbolera que llevaré a la tumba siempre responderé que guardo el inicio de Bolivia (Argentina 2001) de Adrián Caetano. Qué curioso, pero la secuencia de marras sólo fue la reproducción de un partido real. Bolivia era la historia de un inmigrante que la pasaba mal en tierras gauchas. Caetano quería jugar con la metáfora de que todo boliviano en Argentina “pierde por goleada desde el arranque del partido”. Y su inmejorable idea fue comenzar la cinta con imágenes de un partido entre albicelestes y altiplánicos en el Monumental de River Plate, con el fondo musical de los Kjarkas y con tres goles del equipo local para que la idea quede clara. Vuelvo y repito, el fútbol es real y sólo eso. Lo que queda de él es lo no registrado aún. Lo que quizá funcione.
¿Queda algo? Sí, pero no está en las canchas, jugador. Pienso que más posibilidad de éxito tiene una escena con fútbol que una película sobre fútbol. Nunca fallan. Como esos perros amigables que dosifican las cargas dramáticas de innumerables filmes. En la primera historia de The Acid House, un condenado a la banca de suplentes se convierte en mosca para vengarse de los otros. El año pasado, dos películas (Mi mejor enemigo y Buenos Aires 100 Km.) aciertan al hacer del balompié esa posibilidad de unir grupos, de crear causa común.
El marginado fuera del campo y los equipos improvisados son parte de ese fútbol que sólo es explorado por esos audaces que también saben ver lo pintoresco en el hinchaje de un club de segunda división. En Chicha tu madre, los giros narrativos funcionan casi redondos en medio de un estadio vetusto que los limeños llamamos “La Cancha de los Muertos”, igual en Whisky (Uruguay 2004) donde al desapasionado protagonista le quedan pocas cosas para querer seguir con vida. Una de ellas es su fervor por El Tanque, equipo que nunca subirá a Primera.
Alguien podría decir que hay mucha obra por hacer y también descubrir. ¿Ya habrá películas sobre fútbol en el cine africano? El escritor mexicano Juan Villoro también coincide en hablar de esta carencia mutua entre fútbol y cine, aunque hace referencia a dos películas. La argentina Pelota de Trapo y esa exploración “de alta temperatura intelectual”, según Villoro que es El miedo del portero ante el penalty, de Wim Wenders, basada en la novela de Peter Handke.
Hace un año seguía dándole vueltas al tema de "por qué box sí y fútbol no" y pude conversar con el cronista argentino Martín Caparrós quien coincide con algunas conclusiones de Fernando Vivas: el box gana porque la épica se prefiere de uno, es más fácil de seguirlo, de identificarse. Difícil sentir once veces en paralelo. Aunque se dice que en el fútbol el equipo es uno solo, pero el cine sigue sin saberlo. Además está la oscuridad, el peligro, y esa presentación de los boxeadores como personajes que arrastran fantasmas dispersados en cada gancho y jab, en cada bailoteada y mirada fija para pegar. Y pegar.



¿FICCIÓN Y FÚTBOL?
En la mencionada Goal hay una historia personal pero la magnificencia de sus jugadas y la excesiva carga emocional del guión –sólo para recordarnos que ese futbolista tenía que terminar como héroe– hacen que todo caiga y que el disparo salga desviado. Si el fanático del fútbol quiere ficción exagerada preferirá mil veces jugarse una partida de Play Station 2. Mucho mejor el Winning Eleven 10, versión Ronaldinho, que esta ansiedad cinematográfica de hacer más grande lo imposible de agrandar.
Antes de despedirme del paralelo box-cine, antes de despedirme de Toro Salvaje, digo ¿acaso no hay cientos de Jake La Motta en el fútbol? Claro que los hay, incluso algunos se están dedicando a la actuación como el francés Eric Cantona, quien no terminó en desgracia pero es el perfil perfecto del futbolista “malo de la película”. No tengo claro, si a algún cortometrajista inglés se la ha ocurrido hacer algo con ese tacle monumental de Cantona a un hincha en pleno partido de su equipo, el Manchester United. ¿Sería muy ambicioso filmar unos sesenta minutos con lo que “dicen que le dijo” Materazzi a Zidane? No son las jugadas las que hacen falta en el cine, son las historias mínimas con balón al aire las que pueden clasificar a la gran final.
¿El “Cholo” Sotil y Garrincha no son los Jake La Motta del fútbol sudamericano? En ambos casos, la idea fue acertada. Lo que falló fue la realización. No he visto Garrincha, pero una amiga chilena me dice que en el país del Sur sólo fueron unos cuantos al estreno y nadie más. La crítica la demolió y las jugadas de Mané en Chile 62, su cojera imposible, su beber y beber son parte de una desafortunada producción que no está al nivel de campeonatos internacionales. Por eso nunca la veremos aquí.
Cholo de Bernardo Batiesvsky (Perú 1972) es el mejor ejemplo de cómo la presencia del fútbol en el cine es casi fantasmal. Hace dos años estaba tras la sombra del también fantasmal Hugo “Cholo” Sotil. Tenía que saber todo de él para escribir una crónica. Y saber todo era ver “Cholo”. Esta película por mucho tiempo fue inalcanzable. Ni siquiera el más conocido crítico la tenía en su rebuscado archivo. Aunque él me ayudó con el teléfono de la esposa del ya fallecido Batiesvsky. Era la única manera, llamar a la esposa, buscarla, presentarse, saludar al “amo de llaves” e ir junto a él a una casa de las afueras de Lima para ver esta película, que según entendí, sólo existe en formato VHS.
Así de olvidado, así de imposible. Después comprendí todo. Cholo no es siquiera una película regular. Batiesvsky cometió el peor error para filmar una película sobre un futbolista: hacer que éste mismo sea el protagonista. Y era casi cómico ver como al buen Sotil lo llevaban de una escena a otra, como si estuviera amarrado, como una marioneta peinada con gel Glostora. Batiesvsky llevó al ex jugador por los mejores lugares de Europa. Peor aún. Más deshallado el personaje, como esos errores de cineastas que son tan inverosímiles hasta dar la impresión de ser intencionados.
Otra razón por la cual el cine no sabe jugar en pared, es la negación de la expresión artística al fútbol. Si bien ya tenemos a un Eduardo Galeano y a un Juan Villoro, son muchos más los escritores, capitaneados por Jorge Luis Borges, que no soportan siquiera los disparos al ángulo desde cuarenta metros. Pero nadie se resigna. Y todos quieren ver lluvia de papel picado en algún estreno próximo. ¿Por qué insistir? Puede ser porque según Malraux estamos en el “extraño siglo de los deportes” o como dice Johan Huizinga, estamos en la etapa del homo ludens. Todos queremos seguir jugando.
Es muy simplista el querer representar un fenómeno social, a casi un segmento histórico de la vida humana, sin una visión antropológica. No le caería mal a un ambicioso director leer el libro Deporte Rey de Desmond Morris para conocer ese rol casi tribal que cumple la pasión futbolística en la vida actual. Si sólo fuese un balón, un centro, un gran salto, cabezazo y gol. Si sólo fuera eso, algo tan simple como eso, no habría millones despiertos de madrugada viendo a su equipo jugarse todo. No sería épico y glorioso, como cuando el paraguayo José Luis Chilavert protagonizó la mejor escena de “caídos de guerra” al levantar uno por uno a sus compañeros tras ser eliminados con un gol de oro del francés Blanc, en 1998.
Peloteros de Coco Castillo es otro ejemplo de lo que no se debe hacer en un entorno futbolero: marcar los estereotipos de manera tan forzada hasta llamar Vargasllosita al más mongo, al más negado para moverla en el área. Eso tampoco. La intención de unir a sus adolescentes tocando la pelotita vale. El cotejo se complica para Castillo cuando sus jóvenes promesas se muestran demasiado tiernos para encuentros importantes. Los Mundiales los ganan los más viejos. Y en el cine también.
¿Y entonces? El encuentro sigue cero a cero. Aquí no pasó nada. El fútbol en el cine sólo se resume en breves escenas, la mayoría sin relevancia. Si quieres llenar estadios puede funcionar reunir a los galácticos del Real Madrid y filmarlos (como ya se hizo) o usar a Beckham o pedirle a Maradona que diga algo. Pero lo que el verdadero hincha pide en la tribuna es una producción que traduzca en imágenes el sentimiento popular. Un filme que termine con los botines rotos de tanto buscar la genialidad sobre el campo y que dure los noventa minutos de un partido de fútbol completo. Los noventa minutos que duran la mayoría de largometrajes. Hasta en eso, tal para cual. A pesar de seguirse extrañando mutuamente.

King África



A pesar de que la mejor ubicación en un Mundial para las selecciones africanas fue un lugar entre los ocho mejores, es muy difícil que sus futbolistas aparezcan sentados en la cancha llorando una eliminación. Ellos jamás se sentirán derrotados porque en ese continente el verdadero reinado en el fútbol no necesita de una vuelta olímpica o de una clasificación a semifinales en un Mundial. Para ellos quien campeona en el balompié no es el que levanta la copa sino el que salva su vida

En las calles de Abidjan, la capital económica de Costa de Marfil, la gente ha creado una danza en la que los hombres y mujeres se driblean con balones imaginarios. Se llama “Didier Drogba” y su ritmo se hizo popular cuando la selección de este país
clasificó a la Copa Mundial Alemania 2006. El nombre del baile es el homenaje espontáneo a un delantero que hoy debería ser candidato al Premio Nobel de la Paz. Drogba, jugador del multimillonario Chelsea, es el capitán y goleador de un once que es casi una sucursal de la ONU. Los marfileños se reconciliaron entre ellos festejando con un balón. Locos por el fútbol acabaron con su guerra civil.
El equipo de Costa de Marfil que llegó a Alemania incluye a jugadores nacidos en las dos regiones de la nación que son vigiladas por las Naciones Unidas. Los goles de la paz los unificó tras una división de tres años. Los rebeldes en el norte y las tropas
gubernamentales en el sur. En ciudades como Guiglo y Douékoué, miles de marfileños han visto por primera vez en su vida una pantalla gigante. Su selección ya está eliminada pero ellos siguen bailando el “Didier Drogba”. Comienzan haciendo amagues con el viento y festejan goles simulados porque el fútbol les dio la tregua que tanto
necesitaban. Como diría Angel Cappa, el Mundial fue su mejor excusa para ser felices.
En África el fútbol no es un deporte que te lleva a la gloria con un campeonato. Para ellos, la habilidad al dominar el balón es un pasaporte para viajar a mejor vida. Les eleva el estatus, les regala paz ¿Recuerdas a un futbolista africano llorar por ser eliminado en un Mundial? En Francia 98 hubo dos postales del dolor irremediable en un campo de juego. Los paraguayos uno a uno que fueron levantados por José Luis Chilavert y los españoles que no aceptaban irse en primera ronda.
Los equipos del continente negro no hacen de sus derrotas mundialistas una lágrima fotografiada para la posteridad. Jamás. Quieren ganar, quieren dar vueltas olímpicas. Pero su reinado en el balompié pasa por una millonaria cuenta corriente que pueda regresarlos a sus tierras como dioses y benefactores. Juegan para comer, para estar vestidos. “Trabajo como negro para vivir como blanco”, dijo Samuel Eto’o, ese camerunés que sin estar en Alemania 2006 sigue siendo un delantero top que cuando puede retorna a su país para ayudar a los que son como él fue.

OCTAVO PASAJERO
En México 86, Marruecos fue el primer equipo africano que clasificó a los octavos de final de una Copa del Mundo. Desde aquella vez, África siempre ha tenido a
un representante en la segunda fase mundialista. Camerún en 1990, Nigeria 1994 y 1998, y Senegal en el 2002. Si Ghana no superaba a la República Checa se habría despedido antes de tiempo, como Togo y Costa de Marfil. Los ghaneses con un triunfo ante Estados Unidos podrían quedar primeros en su grupo y, así, mantener la tradición africana de no morir totalmente en la ronda inicial. Pero si eso no ocurre, tampoco
sería un drama. La mayoría de sus jugadores con contratos millonarios en los mejores clubes del mundo siente que ya ganó.
Los cuatro representantes de África negra en Alemania 2006 tienen la renta per cápita más baja de los treinta y dos participantes. En Angola tienes que sobrevivir con 800 euros al año, en Costa de Marfil con 600. En Ghana y Togo con 295. Una cifra que conmueve si en países como España la renta no baja de los quince mil euros. Menos mal que el Banco Mundial no regala los campeonatos, porque en el podio estarían Suiza (37.357 euros), Estados Unidos (31.787) y Japón (27.798).
Hasta 1958, África no tenía plaza fija en el Mundial. En España 82 subió a dos, tres en Estados Unidos 94, cuatro en Francia 98 y cinco en el 2002. Los primeros fueron los países del Magreb, esa amplia región del norte africano que es la parte más occidental del mundo árabe. Egipto estuvo en el Mundial de 1934 y Marruecos en 1970. Túnez logró la primera victoria para este continente en 1978 ante México (3-1) y
Argelia superó a Alemania en 1982 (2-1).
Zaire, con catorce goles en contra y ninguno a favor en tres partidos, es el primer país de África negra que llegó a una Copa del Mundo en 1974. Para ese tiempo ya los jóvenes africanos hicieron del fútbol una parte festiva de sus vidas hasta asimilarlo como pasatiempo convertido en esperanza. Tanta es la influencia del balompié en estos pueblos que sus lenguas han aceptado nuevos vocablos nacidos pateando un balón. Como en Gambia, donde nawetame quiere decir en la lengua wolof “realizar una actividad en época de lluvias”. Desde hace unos años nawetame significa también “jugar fútbol en época de lluvias”.
El fútbol en el África es un Dios salvador en forma de pelota. Gracia divina es que un niño de Ruanda o Burkina Faso nazca con el talento hasta conquistar Europa y llenar las arcas de su familia. Un campeonato Mundial es un valor adicional, no es una situación de urgencia si ya te hicieron el contrato o si simplemente ya te vieron. Apenas se descubre un futbolista en potencia llueven las cotizaciones y las
ofertas que, a veces, bordean con la estafa. En Francia algunos agentes cobran cantidades exageradas a familias africanas para inscribir a sus hijos en academias de fútbol en París, con un supuesto contrato bajo el brazo. Ya en Europa no hay ni academia, ni club, ni papeles de inmigración y sólo queda un adolescente abandonado en medio de las calles parisinas.



ORO NEGRO
¿Cuándo habrá un campeón mundial africano? Por contextura y velocidad se dice que el fútbol de este continente es el futuro. Que su propuesta terminará por imponerse. Según los cálculos de aquellos profetas ya deberíamos tener a un africano en semifinales mundialistas. Eso está lejos de ser una verdad. Los nigerianos y camerunenses, por citar ejemplos, son más jugadores de club. En la selección “hacen lo que pueden”. No les pidan más.
Aún parece estar lejos un éxito mayor de África en un Mundial porque su fútbol es vertiginoso cuando lo que más destaca en Alemania 2006 es la capacidad para hacer la pausa. El argentino Juan Román Riquelme es el perfil del jugador que les falta. Cuando todos corren con un guión establecido, él se detiene para pensar diferente. De eso carece el continente negro. Está lejos un campeonato, también, porque los árbitros ayudan a los de más poder. Como el paraguayo Carlos Amarilla que eliminó a Togo al no cobrarles el penal más evidente que haya sido ignorado en la historia de
los Mundiales. El beneficiado: Suiza, país de origen del presidente de la FIFA, Joseph Blatter.
¿Sin ganas de ganar? El problema de los equipos africanos también camina al lado de la indisciplina y la mentalidad. Ya siendo estrellas de equipos como el Barcelona o el Milan, les cuesta asimilar una concentración o un entrenamiento riguroso sin pagos
exorbitantes. Así lo identificó el serbio Ratomir Dujkovic, técnico de Ghana, quien en voz alta identificó la poca entrega al trabajo de sus dirigidos. Los invitó al esfuerzo para estar en su primera Copa del Mundo, el año pasado en Alemania. Le hicieron caso y ahora son la mejor propuesta de esta región que juega, antes que
cualquier cosa, por la necesidad de subsistir.
Es un inconveniente de actitud porque sí tienen capacidad para seguir en ascenso sin pensar en los millones que pueden ganar. Hubo un Camerún que se fue invicto en España 82 y que llegó hasta cuartos de final en 1990 cuando fue eliminado por Inglaterra en
uno de los cinco mejores partidos de la historia de los mundiales. O una Nigeria que goleó en 1994 a Bulgaria, equipo que fue cuarto en ese Mundial con Hristo Stoichkov, y que eliminó a España de Francia 1998. En el 2002, Senegal también regresó al campeón mundial Francia, quedaron entre los ocho mejores sólo fueron superados con un gol de oro de Turquía.
África sabe campeonar. Camerún lo hizo en los Juegos Olímpicos del 2000, Nigeria también se llevó la medalla de oro en 1996. Pero si Samuel Eto’o puede valer más de cincuenta millones de dólares y Didier Drogba cuarenta, si han campeonado en las mejores ligas del mundo, si han ganado la Champions, el Mundial sólo es uno más de sus apetitos. Y para citar a los equipos que están Alemania 2006, Michael Essien
de Ghana le costó al Chelsea 48 millones de dólares y Emmanuel Adebayor, de Togo, fue comprado por el Arsenal por doce millones de dólares. Todos ellos dieron la vuelta olímpica festejando su salida de la pobreza. Esto podría cambiar si algún día un buen
orador se llega a infiltrar a una charla técnica para decirles a los futbolistas africanos que los campeones mundiales a veces pueden tener sueldos de por vida.
Como Pelé, Maradona y Beckenbauer: millonarios para siempre.

Queríamos tanto a Meche (y a las demás también)



Que levante la mano quién no ha tenido alguna vez un complejo de geriatra. Que se manifieste en la sala aquel que no ha perdido en el recuento de los años. Ella era mayor y tú solo un joven: inútil, pequeño, sin certezas, agobiado, voluble. Inconsistente. Ella con seguro de vida y tú un marinero atormentado sin timón. Ahogado en la orilla de las posibilidades.
Acabo de escribirle un comentario a Renato Cisneros; amigo, colega, ex compañero en Deporte Total, “hermano mayor” y blogger de Busco Novia; quien esta semana nos retorna a lo que para mí es un aleccionador desvarío platónico: el afiebrado cariño a una mujer mayor.
Y a manera de retratar ese extraño objeto de deseo, ‘Rena’ cita su encuentro con la nunca tan bien querida Mercedes Aráoz, “nuestra” ministra de Comercio Exterior y Turismo, la más aceptada, por mí y por usted. La misma lideresa que hace unos meses despertó la mejor inspiración de Luis Iparraguirre, inefable blogger de Crónicas de Pollada, en una carta muy bien escrita que no dejo de recomendar.
Esa funcionaria que al unir clase, intelecto y sensualidad, con esa voz ronca a lo Olga Zumarán (también mayor, también en su lugar), nos hace olvidar del APEC, TLC o si el Pisco es peruano o si Macchu Picchu es real maravilloso. Nada. El único tratado de libre comercio, con un pisquito sour de por medio, la única maravilla real es ese encuentro virtual que toda la blogósfera quiere tener con la señora Mercedes, con la ministra de la gente, aquella que sonríe coquetísima al ver crecer esa cofradía fulgurosa que sigue latente en la blogósfera.
¿Es válido aislarse de lo establecido y decirle a alguien que te lleva cinco años o más que quieres salir con ella? Puede ser. Para un joven entre 17 y 22 ir al cine con una chica de 25 o 30 es como un triunfo de Perú contra Brasil en eliminatorias. Un hecho aislado, pero celebradísimo, inesperado, sorprendente. Es ser campeón del mundo por un día. Lo malo es que cuando todo termina también puede ser un Perú-Brasil, pero con derrota 7-0 como en la Copa América del 97. Goleados, sin dignidad, atropellados en el orgullo. Solos.
Es un riesgo, por supuesto. ¿Vale la pena? Creo que sí, después de los 20 años estos parapentes emocionales en los que se convierten los callejones afectivos, sirven para seguir. Es la única manera de llegar a los 25 o 27 y saber que ante “Brasil” puedes festejar con vuelta olímpica o irte con la canasta llena de autogoles.
¿Existe edad ideal? Yo diría que poco después de los 20. ¿Se aprende? De todas maneras, hay un antes y después de una relación así. Dos veces volé sobre ese parapente de Edipo (aunque uno fue más un puenting sin soga), las dos con iniciales C., en el 2001 y 2003. Hace dos años encontré un disco compacto con los éxitos de Simon and Garfunkel, con Mrs. Robinson, The Boxer y The Sound of Silence (todos del soundtrack de The Graduate). Después de escucharlo, decidí llamar a una de ellas.
Me contestó un pequeño de unos 4 años y, tras estar a punto de colgarme al no entender quién era, "un amigo de su madre", me la pasó.
“Hola… ¿P…? ¿P… de San Marcos? Te contestó mi hijito…, ya todo ha cambiado, cómo te explico. Volví con mi esposo… ¿Y tú cómo vas?”

Así es este deporte de aventura, saludable al comienzo, mortal si te caes. Pero solo una vez. Jugarse todo por el premio mayor (de edad mayor) puede ser un disco inolvidable de una sola pasada. No hay espacio para el bonus track. Prohibido repetir porque puedes sentirte una vulgar ave de paso con un teléfono colgado de prisa. Porque puedes sentirte, al igual como yo cuando escuché a ese niño, un verdadero hijo de puta.

Dustin Hoffman en "El Graduado"


Homenaje a la señora Robinson "El Graduado"