A pesar de que la mejor ubicación en un Mundial para las selecciones africanas fue un lugar entre los ocho mejores, es muy difícil que sus futbolistas aparezcan sentados en la cancha llorando una eliminación. Ellos jamás se sentirán derrotados porque en ese continente el verdadero reinado en el fútbol no necesita de una vuelta olímpica o de una clasificación a semifinales en un Mundial. Para ellos quien campeona en el balompié no es el que levanta la copa sino el que salva su vida
En las calles de Abidjan, la capital económica de Costa de Marfil, la gente ha creado una danza en la que los hombres y mujeres se driblean con balones imaginarios. Se llama “Didier Drogba” y su ritmo se hizo popular cuando la selección de este país
clasificó a la Copa Mundial Alemania 2006. El nombre del baile es el homenaje espontáneo a un delantero que hoy debería ser candidato al Premio Nobel de la Paz. Drogba, jugador del multimillonario Chelsea, es el capitán y goleador de un once que es casi una sucursal de la ONU. Los marfileños se reconciliaron entre ellos festejando con un balón. Locos por el fútbol acabaron con su guerra civil.
El equipo de Costa de Marfil que llegó a Alemania incluye a jugadores nacidos en las dos regiones de la nación que son vigiladas por las Naciones Unidas. Los goles de la paz los unificó tras una división de tres años. Los rebeldes en el norte y las tropas
gubernamentales en el sur. En ciudades como Guiglo y Douékoué, miles de marfileños han visto por primera vez en su vida una pantalla gigante. Su selección ya está eliminada pero ellos siguen bailando el “Didier Drogba”. Comienzan haciendo amagues con el viento y festejan goles simulados porque el fútbol les dio la tregua que tanto
necesitaban. Como diría Angel Cappa, el Mundial fue su mejor excusa para ser felices.
En África el fútbol no es un deporte que te lleva a la gloria con un campeonato. Para ellos, la habilidad al dominar el balón es un pasaporte para viajar a mejor vida. Les eleva el estatus, les regala paz ¿Recuerdas a un futbolista africano llorar por ser eliminado en un Mundial? En Francia 98 hubo dos postales del dolor irremediable en un campo de juego. Los paraguayos uno a uno que fueron levantados por José Luis Chilavert y los españoles que no aceptaban irse en primera ronda.
Los equipos del continente negro no hacen de sus derrotas mundialistas una lágrima fotografiada para la posteridad. Jamás. Quieren ganar, quieren dar vueltas olímpicas. Pero su reinado en el balompié pasa por una millonaria cuenta corriente que pueda regresarlos a sus tierras como dioses y benefactores. Juegan para comer, para estar vestidos. “Trabajo como negro para vivir como blanco”, dijo Samuel Eto’o, ese camerunés que sin estar en Alemania 2006 sigue siendo un delantero top que cuando puede retorna a su país para ayudar a los que son como él fue.
OCTAVO PASAJERO
En México 86, Marruecos fue el primer equipo africano que clasificó a los octavos de final de una Copa del Mundo. Desde aquella vez, África siempre ha tenido a
un representante en la segunda fase mundialista. Camerún en 1990, Nigeria 1994 y 1998, y Senegal en el 2002. Si Ghana no superaba a la República Checa se habría despedido antes de tiempo, como Togo y Costa de Marfil. Los ghaneses con un triunfo ante Estados Unidos podrían quedar primeros en su grupo y, así, mantener la tradición africana de no morir totalmente en la ronda inicial. Pero si eso no ocurre, tampoco
sería un drama. La mayoría de sus jugadores con contratos millonarios en los mejores clubes del mundo siente que ya ganó.
Los cuatro representantes de África negra en Alemania 2006 tienen la renta per cápita más baja de los treinta y dos participantes. En Angola tienes que sobrevivir con 800 euros al año, en Costa de Marfil con 600. En Ghana y Togo con 295. Una cifra que conmueve si en países como España la renta no baja de los quince mil euros. Menos mal que el Banco Mundial no regala los campeonatos, porque en el podio estarían Suiza (37.357 euros), Estados Unidos (31.787) y Japón (27.798).
Hasta 1958, África no tenía plaza fija en el Mundial. En España 82 subió a dos, tres en Estados Unidos 94, cuatro en Francia 98 y cinco en el 2002. Los primeros fueron los países del Magreb, esa amplia región del norte africano que es la parte más occidental del mundo árabe. Egipto estuvo en el Mundial de 1934 y Marruecos en 1970. Túnez logró la primera victoria para este continente en 1978 ante México (3-1) y
Argelia superó a Alemania en 1982 (2-1).
Zaire, con catorce goles en contra y ninguno a favor en tres partidos, es el primer país de África negra que llegó a una Copa del Mundo en 1974. Para ese tiempo ya los jóvenes africanos hicieron del fútbol una parte festiva de sus vidas hasta asimilarlo como pasatiempo convertido en esperanza. Tanta es la influencia del balompié en estos pueblos que sus lenguas han aceptado nuevos vocablos nacidos pateando un balón. Como en Gambia, donde nawetame quiere decir en la lengua wolof “realizar una actividad en época de lluvias”. Desde hace unos años nawetame significa también “jugar fútbol en época de lluvias”.
El fútbol en el África es un Dios salvador en forma de pelota. Gracia divina es que un niño de Ruanda o Burkina Faso nazca con el talento hasta conquistar Europa y llenar las arcas de su familia. Un campeonato Mundial es un valor adicional, no es una situación de urgencia si ya te hicieron el contrato o si simplemente ya te vieron. Apenas se descubre un futbolista en potencia llueven las cotizaciones y las
ofertas que, a veces, bordean con la estafa. En Francia algunos agentes cobran cantidades exageradas a familias africanas para inscribir a sus hijos en academias de fútbol en París, con un supuesto contrato bajo el brazo. Ya en Europa no hay ni academia, ni club, ni papeles de inmigración y sólo queda un adolescente abandonado en medio de las calles parisinas.
ORO NEGRO
¿Cuándo habrá un campeón mundial africano? Por contextura y velocidad se dice que el fútbol de este continente es el futuro. Que su propuesta terminará por imponerse. Según los cálculos de aquellos profetas ya deberíamos tener a un africano en semifinales mundialistas. Eso está lejos de ser una verdad. Los nigerianos y camerunenses, por citar ejemplos, son más jugadores de club. En la selección “hacen lo que pueden”. No les pidan más.
Aún parece estar lejos un éxito mayor de África en un Mundial porque su fútbol es vertiginoso cuando lo que más destaca en Alemania 2006 es la capacidad para hacer la pausa. El argentino Juan Román Riquelme es el perfil del jugador que les falta. Cuando todos corren con un guión establecido, él se detiene para pensar diferente. De eso carece el continente negro. Está lejos un campeonato, también, porque los árbitros ayudan a los de más poder. Como el paraguayo Carlos Amarilla que eliminó a Togo al no cobrarles el penal más evidente que haya sido ignorado en la historia de
los Mundiales. El beneficiado: Suiza, país de origen del presidente de la FIFA, Joseph Blatter.
¿Sin ganas de ganar? El problema de los equipos africanos también camina al lado de la indisciplina y la mentalidad. Ya siendo estrellas de equipos como el Barcelona o el Milan, les cuesta asimilar una concentración o un entrenamiento riguroso sin pagos
exorbitantes. Así lo identificó el serbio Ratomir Dujkovic, técnico de Ghana, quien en voz alta identificó la poca entrega al trabajo de sus dirigidos. Los invitó al esfuerzo para estar en su primera Copa del Mundo, el año pasado en Alemania. Le hicieron caso y ahora son la mejor propuesta de esta región que juega, antes que
cualquier cosa, por la necesidad de subsistir.
Es un inconveniente de actitud porque sí tienen capacidad para seguir en ascenso sin pensar en los millones que pueden ganar. Hubo un Camerún que se fue invicto en España 82 y que llegó hasta cuartos de final en 1990 cuando fue eliminado por Inglaterra en
uno de los cinco mejores partidos de la historia de los mundiales. O una Nigeria que goleó en 1994 a Bulgaria, equipo que fue cuarto en ese Mundial con Hristo Stoichkov, y que eliminó a España de Francia 1998. En el 2002, Senegal también regresó al campeón mundial Francia, quedaron entre los ocho mejores sólo fueron superados con un gol de oro de Turquía.
África sabe campeonar. Camerún lo hizo en los Juegos Olímpicos del 2000, Nigeria también se llevó la medalla de oro en 1996. Pero si Samuel Eto’o puede valer más de cincuenta millones de dólares y Didier Drogba cuarenta, si han campeonado en las mejores ligas del mundo, si han ganado la Champions, el Mundial sólo es uno más de sus apetitos. Y para citar a los equipos que están Alemania 2006, Michael Essien
de Ghana le costó al Chelsea 48 millones de dólares y Emmanuel Adebayor, de Togo, fue comprado por el Arsenal por doce millones de dólares. Todos ellos dieron la vuelta olímpica festejando su salida de la pobreza. Esto podría cambiar si algún día un buen
orador se llega a infiltrar a una charla técnica para decirles a los futbolistas africanos que los campeones mundiales a veces pueden tener sueldos de por vida.
Como Pelé, Maradona y Beckenbauer: millonarios para siempre.
Etiquetas: Deportivas
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